La tarde de ayer, en que se conmemoraba la
solemnidad católica de la Santísima Trinidad, asistí en compañía de mi familia a
una misa en un determinado templo de la ciudad de Maracaibo. Este hecho no
tendría grandes implicaciones, y se hubiera desarrollado como una tranquila
celebración religiosa, de no ser por el sacerdote que ofició la misa, quien se
encargó de convertirla en un espectáculo vergonzoso alejado de la moral y
enseñanzas del catolicismo real. Se trata de un joven cura invitado a la
parroquia, habitual celebrante durante al año pasado, y que goza de la simpatía
de los feligreses; simpatía esta que ganó por sus habilidades como orador de
persuasión.
El problema en cuestión lo constituye una serie de
comentarios ofensivos proferidos por este hombre durante la homilía,
caracterizado precisamente por ser bastante intolerante y realizar apologías al
odio durante sus sermones. Las referidas ofensas estuvieron dirigidas a otros
credos religiosos y a sus practicantes; así pues, inició su discurso
despotricando contra cristianos evangélicos, mormones y testigos de Jehová, por
la sencilla razón de que sus creencias no contemplan la veneración de la Virgen
María, lo que los convierte a su entender en enemigos del catolicismo y dignos
de ser repudiados. Al respecto tengo claro que así como existen en el
catolicismo, igualmente hay muchos cristianos protestantes (se incluye en esta
categoría a las tres ramas de la fe cristiana mencionadas por el sacerdote) que
pueden llegar a ser extremistas en sus ideas, pero no los son todos, y mientras
haya respeto de su parte, éste debe responderse con reciprocidad.
Seguidamente, el clérigo procedió a explicar el
significado de las bodas de Canaán narradas en la Biblia, diciendo que
Jesucristo aún no debía mostrarse como el hijo de Dios ante los “malvados
judíos”. Sí, esas dos palabras salieron de la boca de un sacerdote: “malvados
judíos”. Apenas terminó esa frase, sentí que me quemaba de la indignación, y
acto seguido me levanté del asiento y en pleno sermón me fui del templo,
seguido por mi familia. Las razones que me motivaron a abandonar el lugar en señal de protesta -más
allá de la admiración y respeto que tengo hacia el pueblo judío al ser
descendiente de familia hebrea- fueron el grosero irrespeto que una autoridad
de mi propio credo tuvo para con una religión hermana, y la infinita ignorancia
de este sujeto.
No se puede justificar lo injustificable, un
sacerdote no tiene razones ni excusas para arremeter contra otras religiones,
por mucho que diverjan en las formas de interpretar la divinidad, ya que no
sólo estaría faltando el respeto a instituciones sólidas a las que millones de
personas se encuentran asociadas, sino que además estaría pasando por alto la
prohibición constitucionalmente consagrada (Artículo 57 de la Carta Magna) de
promover la intolerancia religiosa, y escupiéndole a la libertad de religión y
de culto contemplada en nuestra Constitución (Artículo 59) y en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (Artículo 18), uno de los derechos civiles
por excelencia; además, estaría olvidando que a pesar de todo, la totalidad de
las creencias religiosas persiguen fines comunes: la paz, la armonía, y la
solidaridad.
Por otro lado, al emitir esas
declaraciones, el presbítero dio muestras de una enorme ignorancia histórica,
sencillamente porque pareció olvidar que tanto Jesús de Nazaret, como su madre
María y todas las personas de su entorno, fueron judíos practicantes desde su
nacimiento hasta su muerte; siendo Jesús, incluso, experto en la ley judaica,
y siendo el cristianismo en sus orígenes un intento de reforma al
judaísmo y no una religión autónoma. Si según este sacerdote
los judíos son malvados, ¿acaso Jesucristo, María, y los discípulos también lo eran?
Eso es lo que su ignorante criterio da a entender.
El esfuerzo realizado por el Beato Juan Pablo II
durante toda su vida para lograr el acercamiento de las religiones, el entendimiento
entre ellas, y conseguir un anhelado pluralismo religioso, habrá sido en vano y
se desmoronará por completo mientras existan sacerdotes que propugnen el
fanatismo irracional y el odio a lo distinto. No tendrá concreción el
ecumenismo de las ramas del cristianismo, ni esperanza alguna la unión
fraternal inter-religiosa si no denunciamos este tipo de comportamientos
reprobables por parte de ciertos clérigos. Los invito a reflexionar seriamente
al respecto.
José Alberto Vargas La Roche.
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