Han pasado varios meses desde mi última publicación. Desde la victoria robada de abril no había vuelto a escribir en este blog, más por la falta de ánimos e inspiración que ella influyó en mi, que por falta de temas merecedores de análisis. Mucho ha acontecido y se ha desarrollado en Venezuela desde entonces: protestas, crisis económica, escasez de bienes y servicios, desabastecimiento alimentario, escasez de divisas y la consecuente creación de nuevas figuras y procesos en el opresor sistema cambiario, un mercado negro de divisas descontrolado por la desesperación generalizada, inflación, devaluación de la moneda, la cada vez mayor parálisis de la capacidad de producción nacional, endeudamiento nacional, corrupción en aumento progresivo, incumplimiento de promesas electorales, decisiones erradas de la oposición, endurecimiento de la dictadura y del discurso ideológico comunista gubernamental, campañas sucias de desacreditación recíproca -fundadas o no- entre gobierno y oposición, la aparente fractura interna del chavismo, y en general, el desgobierno de la República y de los Estados y Municipios, estén en manos del chavismo o de la oposición nacional.
De entre
tantas tragedias que ha experimentado Venezuela, quiero comenzar por recordar
una de las primeras en ocurrir tras las elecciones de abril, me refiero a la
triste actitud asumida por Capriles tras las protestas que siguieron a los
comicios, y en general, a todas las acciones de la Mesa de la Unidad
Democrática desde aquel momento. En principio todo parecía apuntar en la
dirección correcta, ya que ante las evidentes irregularidades acaecidas en el
proceso electoral se desconocieron sus resultados -decisión aplaudida por todo
el pueblo opositor- hasta tanto no se practicara una auditoría integral y
adecuada de las totalidad de las mesas electorales, y se convocaron protestas
ciudadanas ante las oficinas regionales del Poder Electoral. No obstante, en el
transcurso de las protestas sucedieron hechos de violencia provocados por
grupos armados adeptos al gobierno nacional, que motivaron a Capriles a
preferir, por miedo a que el gobierno le imputara la responsabilidad de la
violencia ocurrida –lo que a fin de cuentas y de todas formas ocurrió-, llamar
al término de las protestas; y por otra parte, la auditoría solicitada por la
unidad democrática no fue autorizada en la forma en que se propuso y en que
cumpliría realmente su cometido; todo lo que causó un cambio radical en el
proceder de Capriles.
Quien
indudablemente se erigió como el líder absoluto de la oposición venezolana tras
las elecciones del 7 de octubre del pasado año -condición que aún mantiene-, y
estaba llamado a guiar firmemente al país en la transición hacia la democracia,
pasó, tras los hechos que previamente describí, de ser un líder decidido y
agresivo -en el buen sentido de la palabra-, a ser una figura pasiva, cobarde y
mojigata. Nuestro líder se ha abstenido de convocar cualquier tipo de protesta
seria; sustituyó su capacidad de convocatoria por la capacidad de publicar
infinidad de mensajes banales en las redes sociales y de moderar un
insustancial e inútil programa transmitido por internet; le da al gobierno de
Maduro un reconocimiento tácito, mediante el trato con que se dirige a éste,
ampliando, en lugar de minar, su legitimidad y proyección ante los ojos de la
comunidad global; malgasta tiempo y esfuerzos en el absurdo ejercicio de
recursos judiciales para impugnar los resultados electorales en instancias
internas e internacionales, cuyo resultado obvio será, como ab initio todos sabemos, negativo e
inaplicable en la práctica en cada caso respectivamente; y se resiste a llamar
a este régimen por su nombre, como la dictadura totalitaria que es.
Además, como
culmen de esta sucesión de desafortunadas decisiones y procederes, Capriles
consideró que la vía que a mi juicio es la única posible para salir de este gobierno,
en las circunstancias en que nos encontramos, que es el uso de la fuerza, no
debe ser siquiera considerada por estar al margen de la constitucionalidad y
legalidad (la cual es una apreciación irónica teniendo en cuenta que el
gobierno contra el cual se niega a usar la fuerza es precisamente el
responsable de destruir el Estado de Derecho en Venezuela), y aún no pretende
realizar la por él mismo sugerida convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente, que con el cambio de nuestra Carta Magna permita renovar la
titularidad de las instituciones del Poder Público y que consecuentemente tal
vez nos traiga el final del chavismo (lo cual en sí mismo es una desvirtuación teleológica -empero práctica y
justificable- de esta figura representante del poder constituyente originario,
es decir, una desvirtuación de la finalidad e intención con que fue consagrada
en el actual texto constitucional), sino que dispuso que la forma en que se
afrontaría al régimen sería convirtiendo a las venideras elecciones municipales
de diciembre en una suerte de plebiscito sobre su liderazgo personal nacional o
medición de la dimensión de la población simpatizante de la oposición, donde se
valorará más el total de votos obtenidos nacionalmente entre todos los
Municipios que el número de Alcaldías que sean ganadas.
Estas elecciones tienen pues, una clara y notoria
finalidad estratégica para la Mesa de la Unidad Democrática, pretendiendo hacer
de sus resultados una especie de declaración de fuerza, vitalidad y poderío,
una demostración de que tiene más influencia sobre la población que el
oficialismo, empequeñecido por la ineptitud y falta de carisma de Maduro, una
delimitación definitiva del tamaño de las dos facciones enemigas entre las que lastimosa
y miserablemente se distribuye la población venezolana. Este sentido que le ha
dado la Mesa de la Unidad a las ya próximas elecciones, pasándolas del ámbito
municipal al nacional, si es analizado objetivamente, no tiene ningún tipo de
utilidad para salir del actual régimen ni para acelerar su fin; obtener un
mayor porcentaje de votos a nivel nacional tampoco serviría para mandar un
mensaje al gobierno nacional de que “nosotros también existimos y debemos ser
tomados en cuenta” o de que “la oposición también es parte del pueblo”, ya que
como en reiteradas oportunidades hemos podido darnos cuenta, el oficialismo no
escucha nuestros llamados de diálogo, no ve nuestras señales de humo, muy a
pesar del crecimiento exponencial del total de votos opositores en cada
elección sucesiva; y mucho menos sirve esta estrategia para beneficiar al
pueblo, que en definitiva seguirá viviendo en las mismas condiciones
paupérrimas y bajo la misma dictadura izquierdista, obtenga la oposición el 80%
de los votos nacionales o el 10% de éstos.
El único rédito de esta inversión de votos hecha
en diciembre lo vería la figura de Capriles, que se mantendría firme en su
posición de líder nacional opositor, habiendo los ciudadanos emitido sus
sufragios no necesariamente con la intención de llevar a una persona a ser el
titular de una Alcaldía, sino más con la de respaldar a Henrique; y es
precisamente ello lo que convierte a la referida estrategia, criticable desde
tantas ópticas, en algo justificado, correcto, razonable e incluso
políticamente plausible.
El mayor problema de esta táctica, según mi
valoración, se encuentra en aquellos Municipios en los que, sin celebrarse
primarias para elegir a los candidatos opositores, sino que fueron escogidos
por “consenso de los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática”, éstos
impusieron a personas que por su negligencia e incompetencia en gestiones
previas, o por su manifiesta y conocida deshonestidad y falta de valores
éticos, no cuentan con el apoyo del pueblo; prevaleciendo así los intereses de
los cogollos partidistas de cada región y localidad sobre el interés y la
voluntad de la ciudadanía, y sobre el ideal de tener Alcaldes de calidad, con
preparación para la administración pública, voluntad de cambio y visión. Este es
el caso del Municipio Maracaibo, al cual me contraeré exclusivamente, por ser
del que puedo hablar con mayor propiedad, al yo ser no sólo elector de éste,
sino también por ser de él natural y en él desenvolverme.
En el Municipio Maracaibo la Mesa de la Unidad
Democrática decidió hace ya bastantes meses dar su anuencia para las
aspiraciones de reelección de la actual Alcaldesa Eveling Trejo de Rosales, sin
tener en consideración el elevado porcentaje de desaprobación con que contaba
-y aún cuenta- su administración, como motivo suficiente para la celebración de
elecciones primarias que buscasen un nuevo candidato de mayor popularidad y sin
el “rabo de paja” que Trejo tiene, probablemente teniéndose a esta decisión,
dentro de la organización opositora, como una concesión hecha al partido de la
Alcaldesa, Un Nuevo Tiempo, para mantenerlo dentro de la unidad y así
garantizar la estabilidad de esta frágil coalición política, así como el
respeto de aquel partido político a las candidaturas de las demás organizaciones
adversas al chavismo y pertenecientes a la alianza, y evitar cualquier acción
imprudente de los azules.
No
obstante la designación de Eveling Trejo, un sector considerablemente
importante de la ciudadanía marabina manifestó por distintos medios su insatisfacción
y desazón con respecto a ésta, llegando incluso a organizarse un proceso de
recolección de firmas para solicitarle a la Mesa de la Unidad Democrática la
sustitución de la actual candidata por otro específico abanderado unitario,
quien cuenta con el apoyo de los firmantes y ha demostrado con acciones su
preparación para ocupar el cargo de burgomaestre. Posteriormente, y a pesar de
la consecución de un número de firmas suficientemente elocuente, la Mesa negó
rotundamente el reemplazo de Trejo de Rosales, ratificándole el respaldo, lo
que también hizo Capriles, quien además públicamente llamó la atención del otro
dirigente que buscaba la candidatura y que alzó su voz contra la injusticia de
la Unidad.
Es así
como la oposición sacrificó la calidad
por la conveniencia política, conveniencia que pongo en entredicho al no
poderse asegurar de antemano la victoria de esta candidatura desfavorecida por
su propias fallas y desaciertos. Es también así como la persona que tiene sobre
sus hombros la gran responsabilidad que significa mantener el bastión que el
Municipio Maracaibo representa para la alternativa democrática, y obtener la
mayor cantidad de votos posibles para el total nacional -como ya dije, real
objetivo de la Unidad-, es alguien carente de preparación para el gobierno de
una entidad tan importante y de la honradez necesaria para lograr la
transparencia de la gestión municipal y el uso adecuado de los fondos públicos,
lo que ya ha demostrado en estos casi tres años de anarquía, corrupción
desaforada, falta de escrúpulos, ineficiencia, mediocridad, incesantes viajes
al extranjero financiados con dinero del erario público, desgobierno, en los
que nuestra otrora gran ciudad ha visto acelerado el proceso de descomposición
y desmoronamiento que atraviesa desde hace varios años.
Por otra
parte, tenemos al candidato oficialista, quien no es más que un peón de la dictadura, del centralismo,
un representante del gobierno que ha sumido a Venezuela en la borra, la hez, la
mierda, lo más bajo del mundo. Este señor, Miguel Ángel Pérez Pirela, se jacta
y tiene ínfulas de grandeza, de su preparación en las mejores universidades del
mundo, de su supuesta gran capacidad gerencial, sus ánimos de unir a los bandos
enfrentados y su amor por Maracaibo. Esto es, como era de esperarse de un
designado oficialista, una sarta de mentiras, o para hablar con mayor claridad,
una cuerda ‘e mojones.
Lo
cierto es, que este prepotente tipo, además de haber abandonado Maracaibo hace
bastante tiempo para “prepararse en las mejores universidades del mundo” y
posteriormente residir en Caracas, no se educó precisamente en el área de la
política, el Derecho público, la administración o gestión pública, o ni
siquiera la privada, sino en disciplinas filosóficas, las que definitivamente
–y sin ánimos de ofender a quienes estudian esa rama del conocimiento humano-
no preparan a una persona para la gestión de una municipalidad, contrario a lo
que él afirma; ni tampoco ha tenido, para suplir su falta de preparación
académica en el área, experiencia en cargos que impliquen el ejercicio de la
función de gobierno. Aparte de ello, el señor Pérez Pirela es célebre por
conducir un programa de televisión en el canal del Estado Nacional y ser el
responsable de una página web, ambos llenos de afincado rencor contra la
oposición y caracterizados por el uso de un tono sarcástico y de burla
constantes, por lo que pueden irse olvidando de la pretendida naturaleza
conciliadora de este candidato.
Más aún,
Pérez Pirela es, como afirmé previamente, un títere del centralismo. Su hipotética elección terminaría de
aplastar el carácter autónomo de nuestro Municipio, sometiéndolo cual mero
apéndice a las órdenes del cerebro en Caracas, y consecuentemente atacando la
iniciativa privada y amenazando el ejercicio de los derechos y libertades de
las personas. Basta esta razón para abstenerse
de votar por el candidato del oficialismo, más allá de que según algunas
opiniones su carácter de desconocido pueda darle el beneficio de la duda con
respecto a los resultados de su gestión, que pudiesen llegar a ser positivos.
No hay beneficio de la duda para un hombre que represente peligros y que sea la
sombra de un tirano.
En lo
que respecta a los demás candidatos a la Alcaldía del Municipio Maracaibo, es
suficiente decir que son un chiste, lo cual pueden constatarlo ustedes mismos
revisando sus programas de gestión en la página web del Consejo Nacional
Electoral: sin contenido, con errores ortográficos y mala redacción -que dicho
sea de paso, son vicios de que también adolecen los programas de gestión de los
dos candidatos principales-. No hay un candidato independiente provisto de
excelencia, propuestas, apoyo y osadía para realmente enfrentarse al dominio de
los bandos antagónicos rojo y azul.
Ante
este panorama, en el que todas las opciones que buscan ocupar la titularidad
ejecutiva del ayuntamiento maracaibero parecen igual de lúgubres, ¿qué podemos hacer los ciudadanos?
Pues, en lo que respecta al sufragio en diciembre, la decisión corresponde a la
consciencia de cada quien. Apelo a la de nuestros compatriotas chavistas para
que no se plieguen a la opción oficialista, sin preparación, sin experiencia,
desarraigado de lo nuestro; un completo paracaidista. En cuanto a quienes
comparten mi postura contraria al oficialismo, pienso que si su consciencia así
lo demanda, es válido que voten por la señora Trejo de Rosales para plegarse a
la estrategia política resultadista y de proyección planteada por la Mesa de la
Unidad, por censurable que sea ésta; así como también es admisible que decidan
abstenerse de ejercer su derecho al sufragio por no considerar aptas las
candidaturas presentadas.
Yo
particularmente me adhiero a la segunda alternativa, me abstendré de votar este
8 de diciembre porque considero mediocre la posibilidad que me ofrece la
oposición, porque considero también incapaz a la opción oficialista, además de
que mis valores morales y mi anhelo de justicia, orden y respeto al Derecho me
impiden jamás votar por un candidato chavista, y porque veo las otras
candidaturas como un insulto poco serio a la inteligencia de cualquier elector.
En resumen, no pretendo legitimar con mi voto a una administración municipal
que destruya mi amada ciudad. Prefiero reservarme el ejercicio del derecho de
sufragio en esta ocasión, ya que al fin y al cabo, como en un post anterior
expresé, el sufragio es un “(…) derecho, una facultad del ciudadano reconocida por las
normas constitucionales y legales, pero no un deber”, por lo que la “(…)abstención electoral se convierte en una
forma pasiva de manifestarse en el sistema democrático, permitida por nuestro
ordenamiento jurídico, y perfectamente aceptable cuando es usada como forma de
censura a las opciones electorales mediocres que en ocasiones se presentan”.
Esto no es, de ninguna manera, un llamado a la abstención, eso, como dije, le
corresponde a la volición de cada quien, a su fuero interno. Con esto
simplemente comparto mi opinión de la situación en que están inmersos nuestro
país y ciudad.
Ahora bien, qué pasa si nos planteamos la misma pregunta que anteriormente
formulé: ¿qué podemos hacer los
ciudadanos?, pero ya no en el plano electoral, sino en uno, digamos, más
cotidiano y de iniciativa colectiva. Podemos, en primer lugar, dejar de
mordernos la lengua o callarnos por pereza cuando estemos en desacuerdo con las
políticas municipales (aplicando lo mismo en los ámbitos nacional y estadal), y
empezar a denunciarlas de forma individual o agrupándonos, y por cualquier
medio de que dispongamos. No podemos dejarnos amedrentar por el abuso estatal,
al que tristemente ya nos hemos acostumbrado, debemos quejarnos, denunciar,
mantener el espíritu de protesta que siempre ha caracterizado al Zulia y a
Venezuela en general.
En segundo lugar, debemos asumir una actitud acorde con nuestros ideales y
propuestas de progreso y desarrollo, no
podemos protestar cuando nos parecemos a aquel contra quien protestamos. El
civismo y el respeto y cuidado de nuestras esferas de desenvolvimiento debe
caracterizarnos (recomiendo leer uno de mis posts previos: “Decálogo del ciudadano”, donde
desarrollé unos lineamientos
de conducta idóneos para forjar una cultura ciudadana impecable en cada
individuo integrante de la sociedad. Pueden encontrarlo en este vínculo: http://www.reflexionesjosealberto.blogspot.com/2012/03/decalogo-del-ciudadano.html). Esto se
torna más imperante aún tomando en consideración todo lo previamente planteado,
es decir, considerando la inoperancia, pasividad y falta de profesionalismo de
los titulares de los distintos entes y órganos estatales. Venezuela, y más
específicamente en lo que nos ocupa ahora, Maracaibo, necesitan reformas
profundas, un cambio drástico de las
estructuras, tanto institucionales como las mentales de los individuos -de cuya
consumación depende la realización de las primeras- (este tema lo desarrollaré
probablemente en un post subsiguiente), y viendo que en el corto y mediano
plazo estos cambios no serán impulsados desde el Estado ni por los políticos
considerados en su conjunto, es una tarea que nos compete a todos quienes nos
hacemos llamar ciudadanos.
Que así sea.
José
Alberto Vargas La Roche.