Dediqué mi
publicación anterior a llamar la atención de las autoridades institucionales y
gremiales de la Universidad del Zulia por no tomar las medidas firmes que la
situación nacional amerita. Esta publicación será, por su parte, una
exhortación al sector productivo privado, al que pertenece el comercio, el
empresariado, y una significativa porción de las industrias y los profesionales
-las que aún no han sido estatizadas y quienes no se hayan puesto todavía al
servicio de algún organismo público, respectivamente-, por lo que de antemano
les informo a los propietarios, empleados y profesionales de libre ejercicio
que lean estas líneas, que tal vez éstas puedan llegar a incomodarlos o
ponerlos a la defensiva -¿con el monitor/pantalla de su computadora o celular?-,
así que les pido calma y comprensión. Traten de ponerse en los zapatos, en la
mente, de la desesperada población de Venezuela, así como yo les aseguro que he
tratado de ponerme en los suyos antes de escribir este artículo.
Entonces, la
exhortación a la que me referí inicialmente es consecuencia -así como en el
caso del sector universitario- de la aparente indiferencia del sector
productivo para con el daño que el régimen ha infligido a los protestantes
venezolanos. Y digo aparente porque puede ser, o más bien, estoy casi seguro,
que los empresarios y profesionales patrios, en su fuero interno, no son indiferentes a la situación nacional,
en su ámbito personal deben estar muy preocupados e indignados por todo lo que
ocurre. No obstante, lo que proyectan fácticamente, en la realidad diaria, es total
indolencia, -como dije- aparente indiferencia, ya que aunque el país esté grave,
ellos continúan con su cotidiana actividad comercial, industrial o profesional,
prosiguen con absoluta normalidad en el constante ciclo de producción,
distribución, venta y obtención de ganancias.
Yo soy fiel defensor
de la iniciativa privada, de la libertad de empresa, de la libre competencia, de
que el Estado no debe participar activamente, como empresario, en la economía,
y que su papel en ésta debe ser meramente de reducida vigilancia y regulación,
sin pasarse de la raya. Soy partidario del capitalismo como sistema de mayor
idoneidad para el progreso y desarrollo económico y social de las naciones,
aunque en Venezuela se haya visto terriblemente satanizado en la última década
y un lustro de historia política, al punto de que la misma dirigencia opositora
trata de esquivarlo y teme aceptar la necesidad que de él tenemos, para tratar
de conseguir adeptos en las filas socialistas y de consumidores de dádivas.
Apoyo y no veo nada de malo en que el sector privado busque obtener ganancias
de las actividades que realiza, es algo totalmente natural.
Pero llega un
punto en el que la iniciativa privada cruza el lindero de lo moralmente aceptable
para lucrarse, punto que usualmente puede reflejarse en la explotación laboral,
la competencia desleal, la evasión fiscal -ojo, reprobable en regímenes
democráticos- , y la apatía ante las crisis de los países donde hacen vida
económica. Creo sinceramente que nuestro sector privado está cruzando ese
límite, por la última razón que enuncié. La terrible pasividad que veo en éste,
producto de un egoísmo y mezquindad que van más allá de lo que el individuo es
por naturaleza, es vergonzosa, y, si no se revierte, algún día la historia se
las reprochará.
Esa pasividad,
que se manifiesta en que -como expresé- el comercio, la industria y los
profesionales mantengan el desarrollo de sus actividades en el marco de un
contexto de anomalía nacional, en que muchos de éstos no hayan fijado una
posición clara de repudio a la represión dictatorial que vive la población, y
en que no hayan adoptado actitudes acordes con su sentimiento de oposición a la
sistemática violación de derechos humanos y -más en el propio ámbito en el que
se desenvuelven- a los continuados ataques a la propiedad privada y a la economía
nacional, es en parte responsable de que el movimiento de resistencia civil no
haya avanzado más, e incluso, de que aún no haya triunfado. La enorme
importancia de las empresas en la vida de un país es la que me lleva a realizar
tal afirmación. Es más que claro que actitudes fuertes y firmes del sector
privado constituirían un golpe durísimo a
la estabilidad, legitimidad y credibilidad del régimen; si un grupo de
estudiantes acompañado por parte de la sociedad civil, que por muy numeroso que
sea, carece de recursos monetarios y materiales, y cuenta sólo con sus
voluntades, ha logrado hacer tambalear a esta violenta dictadura, ¿qué no se
lograría con el apoyo activo de las ricas fuerzas empresariales de Venezuela?
Una de las principales
razones por las que esas fuerzas no se han unido activamente a la lucha es el
inconmensurable miedo que sienten ante las posibles represalias que sufrirían
de manos del régimen si lo hicieran. Miedo a que su clientela se vea reducida,
cuando una fracción de ésta -la que todavía simpatiza con el gobierno- los vea
como actores políticos indeseables; miedo a perder las posibles ganancias del
tiempo que dure un hipotético paro económico; miedo a sufrir multas y/o cierre
temporal por parte de organismos como INDEPABIS; y por sobre todos los demás,
miedo a ser arbitraria y sumariamente expropiados, sin indemnización alguna por
ello. Así como el sector profesional tiene, por su parte, miedo a sufrir de
medidas legislativas o ejecutivas que obstaculicen o impidan el libre ejercicio
de su profesión, como castigo a una participación activa en el movimiento de
resistencia.
Ese miedo está
totalmente justificado y es compresible, ya que es compartido, en otras formas
y manifestaciones, por el resto de la sociedad venezolana. El sector
universitario público teme la violación de su autonomía y posibles intervenciones
del gobierno, el sector cultural teme el adoctrinamiento e ideologización de la
literatura, el cine, el teatro y las artes plásticas, y el sector de la
ciudadanía que aún no se ha pronunciado a favor o en contra de las protestas,
que se ha mantenido al margen, teme a la represión física y moral de la
dictadura o a la pérdida de las dádivas o migajas que recibe del Estado y a las
que ya se ha acostumbrado. Jamás perderemos ese miedo, porque es humano
sentirlo cuando hay algo que verdaderamente temer, pero es hora de controlarlo,
es hora de vencer ese pánico paralizante, que más que miedo es, como dice Kurtz
en El Corazón de las Tinieblas y en la grandiosa Apocalipsis Ahora: “el horror,
el horror”. Nos toca encontrar dentro del miedo la valentía necesaria para dar
un paso adelante y tomar acciones que hagan retroceder y caer al monstruo que
nos horroriza.
El país clama
por la unión de ese importante sector de la sociedad a las protestas, y reclama
su tardanza. Es necesario que los sectores comercial e industrial suspendan sus
actividades total o parcialmente por un tiempo suficiente, que ellos, unidos en
asociaciones gremiales como FEDECAMARAS, estimen; o que se nieguen a pagar los
impuestos que son robados por el gobierno y usados para comprar el material con
que reprimen al pueblo, o las multas impuestas por el Estado delincuente, o que
si como sanción estatal se les ordena el cierre de puertas, se mantengan
abiertos; o que hagan campañas de concienciación entre sus empleados y
consumidores que muestren la realidad del país; y también que no se presten a
diálogos falsos que más que ayudar a Venezuela, legitiman al gobierno. El punto
es que se ejecuten acciones, cualquiera sea su naturaleza y así sean contradictorias entre sí. que ayuden a debilitar al régimen, a desgastar sus
cimientos, a colocar al país en un estado de paralización que se haga
inmanejable para el tirano y su banda de matones y corruptos. Siempre habrá
excepciones a algunas de esas medidas, como la de un hipotético paro, como la
de los sectores alimenticio y farmacéutico, o la de los comercios muy pequeños,
como abastos familiares que subsisten con las limitadas ganancias que obtienen,
pero gran parte del sector comercial e industrial no tendría obstáculos prácticos
para emplearlas; muchas medianas empresas y las grandes en su totalidad no
quebrarían ni sufrirían daños irreparables por suspender temporalmente sus
actividades.
Venezuela
requiere que sus empresarios, industriales y profesionales se alcen de una vez
por todas, y que dejen de escudarse en las posibles repercusiones de la
protesta activa. Sí es cierto que pueden tener pérdidas, ser multados o incluso
expropiados, pero tienen que mentalizarse que a fin de cuentas, si por su silenciosa
complicidad este gobierno sigue en el poder, tarde o temprano no habrá sector
privado, todos habrán sido barridos de la economía nacional, por lo que su
participación en la resistencia no sólo les es conveniente, sino que también es
un derecho, un deber y una necesidad.
José Alberto Vargas La Roche.